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dimanche 4 novembre 2007

Marcel Hennart, un peruanista silencioso: “No hay sitio para los soñadores en la vida”

Hace dos años de la muerte del poeta belga latinomericanista Marcel Hennart.

Esta entrevista fue hecha en el 2004 y publicada en la Revista Panoramica Latinoamericana de la Universidad Libre de Bruselas en el 2006.

En fin aca va la entrevista a quien se convirtiò en un gran amigo y complice

Marcel Hennart, un peruanista silencioso “No hay sitio para los soñadores en la vida”

El poeta belga Marcel Hennart fue uno de los más grandes representantes de la poesía francófona. Ha sido traductor oficial de la Editorial Losada difundiendo en francés a y Atahualpa Yupanqui. Del Perú tradujo a Manuel Moreno Jimeno, Carlos Germán Belli, Manuel Scorza, Yolanda Westphalen. El pasado 13 de noviembre de 2005 dejo de existir, a los 87 anios a causa de un cancer generalizado. Aquí la ultima entrevista que concedio en agosto de 2004 en Bruselas, en version original.

Marcel Hennart es un apasionado de la lengua castellana y la literatura peruana, escondido en complicidad con la vida, en su propia intimidad. Pocos saben en el Perú que Hennart conoce de nuestra literatura como si fuera suya.

Bruselas, la ciudad sencilla y amable que lo acoge desde su niñez, es perfecto complemento del poeta. Para él la poesía es naturaleza pura, por lo tanto no tiene nacionalidad. Esta concepción lo llevó al mandato irresistible de poner poesía a la quena y traducir a Atahualpa Yupanqui, así como la poesía de Manuel Moreno Jimeno, con quien compartió un camino de amistad y creación mutua. Además de captar impecablemente a la poeta Yolanda Westphalen y mantener una amistad entrañable con Manuel Scorza y otro ilustre peruanista: Claude Couffon.

Nos recibe un hombre de facciones muy vividas, las que contrastan con la dulzura que emana a través de su emoción ante lo nuevo, y ante aquella lengua que seduce su imaginación y sus sentidos más profundos. El Perú se torna otra vez real y alcanzable con nuestra presencia.

Su casa ciertamente, no es la guarida de un “poeta maldito”. El apacible contorno familiar y el escritorio de trabajo como mueble principal del salón, sobresaliendo como un viejo y sabio árbol entre las fotografías familiares y arbustos de libros por leer y por traducir.

Nací en Francia, en Dieppe el 3 de agosto de 1918 y pasé mi infancia en Amiens, manifiesta con una inocultable melancólica y traviesa mirada de niño. Mi padre murió en la Primera Guerra Mundial y nunca lo conocí. En 1928, con tan solo 10 años partí hacia Bélgica, en donde fui criado por mi madre, de origen francés, y mi abuela. No tenía muchos amigos, y no tenía ni hermano ni hermana, pero yo ya era un soñador, lo que es difícil de soportar en la vida ya que la vida reclama muchas precisiones, no hay sitio para los soñadores en la vida.

Así empezamos el camino de la conversación -la mayoría en francés- pues prefiere hablar en su lengua materna, por manejarla fonéticamente mejor que el castellano.

¿Cuando empezó usted a escribir?

Fue lo más sencillo, pero es difícil precisar. Estudié farmacia lo que no tenía nada que ver con la literatura pues mi abuela, con quien me crié, era un verdadero tirano que me obligó a estudiar dicha profesión. Dichos estudios no me convencían mucho, porque me interesaba ya la literatura. Sin embargo, curiosamente no escribía mucho, sino de vez en cuando. Escribía un poquito y nada más.

Tenía un profundo amor a la naturaleza, facilitado por mi soledad. En mis escritos me interesaba mucho la naturaleza.

Ya por el año 1936 yo buscaba una editorial y publiqué tres poemas que se quedaron desconocidos, como es normal. Luego de la Segunda Guerra las circunstancias me ayudaron y tuve contacto con una revista literaria, la que era muy antigua llamada “Le Tirs” y aunque mi poesía no era muy clásica tuve la simpatía del director que era bastante conservador. Así, rápidamente comencé a publicar poemas en Francia. Después de un tiempo encontré un trabajo en el Ministerio de educación donde trabajaba en la biblioteca. Era el trabajo perfecto pues leía ahí muchos libros, y me quedé allá hasta mi retiro.

Al final puedo decir que he recibido dos o tres premios literarios, pero mi independencia hace que no forme parte de cualquier tipo círculo de poetas, en el sentido que no quiero ser mediatizado.

¿Es en aquella biblioteca que se encuentra con la lengua Castellana?

Durante mucho tiempo me quede aislado en una carcasa familiar de donde no quería realmente salir y es solo con mis contactos con el mundo del trabajo que las cosas han cambiado, y que he empezado a hacer lo que quería. Es a partir de mis contactos con otros países de América Latina, que me acerqué a esa sensibilidad continental. Antes no tenia realmente conciencia de lo que pasaba allí, y me quedaba más limitado a los problemas personales como el trabajo o la ocupación alemana. Puedo decir que tuve suerte en mi vida, la suerte que me dieron -ya que la suerte que uno quiere es otra cosa- , y por lo tanto aproveché de las oportunidades que se han presentado a mí.

Qué poetas peruanos lo han impresionado?

He elegido autores comprometidos como Manuel Moreno Jimeno el cual me ha apasionado cuya poesía me parece lucha, lucha casi precisa. Y es que soy un apasionado por la causa andina, me he documentado mucho. Al final me he sentido más “indio” que belga o que cualquier cosa.

César Vallejo para mi es extraordinario porque hay una manera de ver al humano, su miseria, sus alegrías. Vallejo es a la vez totalmente indio, como me lo imagino, claro, y universal. Eso me emocionó profundamente. Adoro su poesía.

Claro usted me dirá que también está Pablo Neruda, hasta cierto momento, él es el hombre que rebalsa vitalidad. Eso es algo que me sorprendió, como cuando tuvo que irse de su país. O su ingenio para sus respuestas en situaciones delicadas, era un diablo (risas) pero un diablo simpático, y lo he leído claro, pero no desde joven. A Vallejo lo conocía mucho mejor.

Con Yolanda Westphalen la historia es distinta. Es curioso pero no se conoce a nadie “desde los principios” necesariamente, pues se trata de circunstancias que despiertan y se toman. Por eso, cuando llegó a mis manos un ejemplar de « Graffiti » un amigo me dijo de no dejar pasar esos poemas, ya que eran muy interesantes. Los leí y yo mismo hice circular los poemas bajo una edición fotocopiada ya que si bien no es una poesía comprometida como la de otros peruanos que traduje, es una bella poesía. Un día recibí noticias de Paris, de una casa editora para traducir los poemas de Yolanda.

Usted vivió y sobrevivió una gran guerra, ¿Qué fue lo que lo mantuvo con fuerzas en aquella época?

Estuve en la Universidad Libre de Bruselas, que me gustaba mucho, pero durante la Segunda Guerra Mundial, con la ocupación nazi, los alemanes cerraron la Universidad. Entonces fui a Lovaina –Flandes-, y esta Universidad me gustaba menos, porque cuando estaba en Bruselas me sentía libre, mientras en Lovaina me encontré en un ambiente católico, y sentí un tipo de malestar.

En aquel tiempo, la rivalidad entre la Universidad Católica y Universidad de “libre pensamiento” importaba más que en la época actual. Sin embargo, tengo unas tendencias místicas, aunque no estén muy definidas.

Durante el exilio estuve como militar en el Sur de Francia en el cuerpo sanitario, luego volví a Bélgica. Entonces no hubo nada excepcional en mi caso.

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