Hace unos días me entero de que estuvo en Perú el extraordinario arquitecto y crítico de arte ecuatoriano Lenin Oña en el marco del Seminario
Internacional de Curadurías que dio el Centro Cultural de la PUCP los días 25 al 27 de abril.
Para los que hayan podido asistir debe haber sido de sumo provecho escuchar a Lenin Oña, pues él tanto como su esposa Eliana Almeida, son voces intelectuales en América Latina que no se deben dejar pasar, y por el contrario,convocar con mayor frecuencia.
Más sobre Ileana Almeida
Imágenes del siglo XIX
Artículo a raíz de la primera exposición del Museo del Banco Central en Quito (2006), titulada América exótica, trata de panorámicas, tipos y costumbres en más de 300 obras sobre papel: una selección hecha en los fondos de los museos de la banca central de Colombia, Ecuador, México, Perú y Venezuela.
Por Lenín Oña
AMÉRICA EXÓTICA
América siempre ha lucido exótica a ojos de los europeos, y así seguimos.
El exotismo deviene de una actitud proclive a la exaltación de las diferencias de quienes detentan otra cultura. Pero no es una actitud recíproca, sino un producto del colonialismo: el conquistador y sus herederos ven al sometido y a sus herederos no solo como extranjeros, sino como extraños y chocantes. El latinoamericano cree hacer tan suyo el legado de la cultura europea que a menudo olvida que él mismo es un mestizo y no un europeo. Anacrónicos aristócratas y burgueses ramplones hasta sienten añoranzas de un mundo que nunca les fue propio. (Por el contrario, una posición que favorece el entendimiento y el respeto recíproco entre los pueblos y las personas, está en la mira de América exótica).
El racismo y los complejos de inferioridad afloran a veces sin querer queriendo, como cuando hace poco el país festejaba la inauguración de la estatua de Santa Mariana de Jesús en la basílica de San Pedro de Roma y una dama se lamentaba por la prensa porque la Azucena de Quito estuviera representada en esa escultura “como una chola”…
Así, el siglo antepasado vio ir y venir por América Latina a toda suerte de visitantes que se encargaron de satisfacer la sed de información característica de la época, cuya más clara expresión cultural fue el romanticismo, no solo un estilo artístico, sino una manera de vivir y de ver el mundo, originando visiones enfocadas, en apreciable grado, hacia los pueblos y territorios desconocidos, hollados o no por los europeos.
Desconocida era nuestra región para el resto de Europa porque España se encargó de ocultarla con el celo propio del proteccionismo comercial y económico que mantenía como política de Estado. Solo una vez producida la Independencia se abrieron las fronteras de los nuevos países.
Los artistas y los temas
El origen del paisajismo, del estudio de tipos humanos y sociales y del costumbrismo latinoamericano del XIX hay que buscarlo en las huellas que trazaron numerosos profesionales y aficionados europeos, y un norteamericano de gran oficio, Frederick Church.. A su vez, los artistas locales abarcaron una amplia temática: antigüedades prehispánicas, panoramas, medios de transporte, tipos humanos y sociales, vida doméstica, fiestas y diversiones, ritos religiosos, militares y escenas de guerra, travesías de los viajeros.<^/p>
Entre los artistas europeos de América exótica se destacan: Camille Pissarro, maestro impresionista que vivió un tiempo en Venezuela; Johann Moritz Rugendas, de quien Sarmiento se expresaba así: “Humboldt con la pluma y Rugendas con el lápiz, son los dos europeos que más a lo vivo han descrito América”; Frederick Catherwood, inigualable en sus dibujos de la arquitectura prehispánica de México; Daniel Thomas Egerton y Claudio Linati, especializados asimismo en temas mexicanos; Ernest Charton, de amplia trayectoria en el Ecuador, donde fundó la primera academia de bellas artes, el Liceo Miguel de Santiago.
De los latinoamericanos, en primer término, nuestro Joaquín Pinto, grande no solo en el país sino en todo el continente; los colombianos Ramón Torres Méndez y José María Espinosa; el pintor y litógrafo mexicano Casimiro Castro; el peruano Pancho Fierro.
Imágenes quiteñas
La muestra de imágenes quiteñas decimonónicas reproduce algunas de las 158 acuarelas, tintas y fotografías del álbum de Madrid. Se abrió unas semanas después que América exótica, por lo que aparece como una continuación de ésta, como la prolongación ecuatoriana (más que nada de Quito y su región) de una temática pictórica que cundió por toda América Latina. El conjunto, reproducido en el libro, misceláneo y sin mayor orden, refleja la abundante producción pictórica de este tipo, característica de la época, y el activo comercio de que era objeto, así como la repetición de los motivos y de las soluciones formales.
Difundir las visiones de las nuevas repúblicas no fue interés exclusivo de los viajeros foráneos, sino también de los poderes y autoridades locales que comprendieron que los nacientes estados necesitaban con urgencia propagar un imaginario nacionalista constituido por próceres, libertadores y demás héroes, por la ubérrima naturaleza americana y por la propia manera de ser y comportarse de los habitantes. Es significativo, sin embargo, que no se haya incluido en el repertorio temático el pasado indígena, cuya historia no era desconocida (los cronistas españoles y peruanos, el padre Juan de Velasco la habían revelado ya en los tiempos coloniales).
Los indios aparecen, como prototipos y en abundancia, en condición de lo que siguieron siendo bajo la República: siervos obligados a desempeñar los oficios más humildes y duros: cargadores, aguateros, barrenderos, hilanderas, huasicamas, arrieros, labriegos, pordioseros; en suma, los que mantenían y servían a una inicua sociedad mestiza, con uno que otro blanquito, que no contenta con explotarlos, los despreciaba.
El álbum se inicia con las fotografías de los “cabecillas de la sublevación de Licto y fusilados”, Fernando Daquilema y una mujer que podría ser Magdalena León, caudillos de la más temible rebelión indígena de su siglo, que puso a temblar a los gamonales serranos y al propio gobierno de García Moreno, quien no dudó en reprimirla a sangre y fuego.
